lunes, 30 de noviembre de 2009

UNA MALA NOCHE DON EUSTAQUIO, UNA MALA NOCHE


Caía la tarde cuando Don Eustaquio se detuvo en un pequeño merendero al lado de la carretera, él era mecánico, carpintero, albañil o lo que fuera con tal de ir sacando algo de dinero para la familia. Esa tarde por fin llegaría a casa después de una semana de trabajar en un taller mecánico en Moquémbaro, traía su sueldo en efectivo además del dinero de tres trabajos que hizo por su cuenta, así que una cena con cerveza sería muy bien aceptada por su cansado cuerpo. Tenía 58 años de rudo trabajo.

Eustaquio aún no probaba bocado y ya había bebido tres cervezas, no se dio cuenta que en una mesa más lejana había dos rufianes que lo observaban sin disimulo.

¿Ya pensó que va a comer? Le preguntó la mesera mientras retiraba la tercer botella de cerveza.
Mira reina, tráeme una milanesa con papas y unas tortillas y táreme también esa salsa borracha que hace tu madre, traigo mucha hambre, contestó Eustaquio mientras se sobaba el vientre enjuto.

Al poco tiempo, la mesera estaba llenando la mesa con un plato de carne frita con papas, chilaquiles, tortillas y salsa, además, claro de otra cerveza fría. Eustaquio comenzó a comer ávidamente mientras eructaba sin disimulo, de pronto, dejó de comer y se paró de la mesa para ir al baño seguido de aquellos dos rufianes que no perdieron la oportunidad. En el anonimato del baño, golpearon fuertemente al viejo, robaron todo lo que traía y salieron rápidamente. Cuando Eustaquio despertó ya era de noche, de la cabeza le escurría sangre seca que le pegaba el cabello, salió y el padre de la mesera lo ayudó, eran conocidos desde hacía muchos años.

Me robaron, me robaron todo lo que traía. Esos cabrones me robaron. Decía Eustaquio con rabia contenida, mientras los auxiliaba José, el dueño del restaurante, pero ya lo verán, que no me voy a quedar así, voy a hacer que se mueran esos hijos de puta.

No hables así Eustaquio vamos te llevo a tu casa y ya mañana vas a la policía… Proponía José, pero Eustaquio lo interrumpió con una risa burlona. ¿Policía? No me hagas reir, yo voy a hacerlos pagar con su pinche vida. Ya lo verás… Pero si, debo reportar mi auto.

José llevó a Eustaquio a su casa, al llegar, Sus cuatro hijos lo ayudaron y curaron, hasta recostarlo en su cama.

A la mañana siguiente Eustaquio salió a la calle y fue a la Policía a reportar el robo de su auto, un sedán de la Volk’s Wagen, en su declaración mencionó algo que a los agentes les sonó un poco extraño.

A las doce del día van a ir al doctor y a lo mejor van a ir a la policía, les pido que si se enteran, me diga donde están. Quiero recuperar mi coche y mis herramientas. Les decía Eustaquio. ¿En especial alguna que nos pueda mencionar? Interrogó uno de los agentes. Si apenas ayer compré un nuevo taladro y una cierra de disco, están aun en su caja, en el asiento de atrás.

Cuando terminó en la oficina de tránsito, se fue a casa. ¡Emilio! Grito. En unos momentos llegó corriendo el hijo mayor viva imagen de su padre, de unos 20 años.

Te voy a enseñar cómo voy a recuperar lo que me robaron esos cabrones, por si es que algún día a ti te pasa lo mismo; Tráeme la botella de Tequila y la veladora que tiene tu abuela en el mueble de su cuarto.

Cuando Emilio regresó, su padre tenía atrapada una gallina y la estaba atando de las patas, posteriormente dibujó un círculo en la tierra, encendió la veladora y la dejó en el centro, luego tomó a la gallina y sacó del bolsillo de su pantalón una navaja y la degolló sin ningún miramiento.
“La sangre marca el límite, detiene al ratero y lo vuelve al origen, los obliga a devolver lo robado”- Decía Eustaquio mientras rociaba sangre de la gallina sosteniendo el cuerpo degollado al tiempo que lo pasaba sobre el círculo, marcando ahora con sangre la línea del piso. Cuando terminó, se enderezó y vio al sol, mientras se limpiaba las manos y la cara con un pañuelo.

Emilio lo observaba sin poder creer lo que estaba viendo, mudo de sorpresa, sin querer interrumpir lo que estaba presenciando.

En la sala de la casa de Eustaquio había una imagen religiosa, enmarcada en plata ya oscura sobre una carpeta de brocado francés. Eustaquio siempre se encomendaba a San Benito, era una herencia de su abuela y testigo de una bonanza que ya no disfrutaban. San Benito ahora parecía también observar a través de la ventana en muda expectación.

Mira mi hijo, ya casi terminamos, ahora te voy a pedir una bolsa de tela negra, parece seda, es así brillante, está adentro de mis botas, nomás no lo abras. Ándale córrele. Le pidió Eustaquio a su hijo mientras éste iba ahora en búsqueda del bulto extraño.

Emilio regresó rápido con una bolsa de sea negra cerrada con una jareta, Eustaquio la tomó y la abrió.

¿Qué es? ¿Qué guardas ahí? Preguntó Emilio con creciente curiosidad.

Es solo sal, de cuando fuimos a Colima, guardé un poco, por que si no, tu madre se la acaba en la cocina. Contestaba en viejo mientras nuevamente la regaba sobre el circulo que había trazado. Ahora fue Eustaquio quien salió del círculo con cuidado de no romperlo con los pies.

Vigila el círculo, voy por una red ¿Sabes dónde guarda tu madre mi caña portátil, ésa que me compró en Chapala tu tío Luis?

No se, creo que está junto a las palas y el pico, contestó su hijo intrigado con tantas cosas.

Eustaquio regresó visiblemente contento con una red de amarilla que usaba para sacar peces del agua, cuando iban de pesca, también traía un frasco vacio en la otra mano. El sol indicaba que serían ya las once de la mañana.

Mientras recitaba entre murmullos la letanía “La sangre y la sal marcan el límite, detiene al ratero y lo vuelve al origen, los obliga a devolver lo robado”… Emilio se quedó helado al ver que bajo el círculo de sal, se movía algo, brillaba un insecto en lo que hubiera creído que era la sangre de la gallina… se movía mientras su padre con una sonrisa de satisfacción tomaba por la cola lo que era un enorme alacrán negro y brillante, lo colocó dentro del frasco y buscó en el círculo con la punta de su navaja, hasta que encontró otro alacrán ahí donde antes había sangre y lo colocaba dentro del frasco junto al otro alacrán.

Oye Papá, ¿cómo hiciste eso? ¿Cómo aparecieron y cómo es que no te pican cuando los tomas? Le preguntó Emilio y Eustaquio solo levantó los hombros y le contestó: Mira cuando lo hagas tu mismo verás que siempre ocurre así, no se porqué pero éstos son los que me van a traer a ese par de cabrones. Alzaba el frasco con los alacranes mientras sonreía.

¿Y el Tequila, para que lo vas a usar? Le pregunté el muchacho y su padre se volvió visiblemente divertido alzando las cejas. ¿Qué para qué lo voy a usar? Ahora si que te viste muy pendejo, contestó su padre mientras abrazaba a Emilio por un hombro, Este tequila pus nos lo vamos a beber tu y yo mientras esperamos a esos rateros, van a venir chillando de miedo.

Se sentaron en unas sillas desvencijadas mientras el sol continuaba marcando el avance del tiempo, bebiendo tequila y platicando de muchas cosas. La esposa de Eustaquio y sus otros hijos prefirieron dejarlos hacer sin entrometerse. La botella se la turnaron hasta que dieron las doce del día.

Eustaquio se limpió los bigotes con la mano miró su reloj y dijo. Ya es tiempo de terminar, ya verás que todo sale bien. Su hijo lo veía entretenido con tanta cosa extraña mientas su padre abría el frasco con los dos alacranes y los tiraba al piso, en el círculo, para después pisarlos. Emilio se percató que los alacranes ya no estaban, simplemente se habían desaparecido bajo la suela del zapato de su padre. Del círculo de sal comenzó a subir un humo blanco, denso de aspecto fantasmal.

A kilómetros de distancia, los dos rateros iban festejando y bebiendo cerveza a bordo del auto de Eustaquio, casi llegaban a Momoxpan, un pueblecillo árido en donde vivían los abuelos del conductor, cuando de pronto vieron que la carretera estaba cerrada, obstruida por piedras blancas, fueron bajando la velocidad hasta detenerse junto a la barrera.

¿Qué vamos a hacer ahora? Le preguntó el más joven al que parecía ser el líder, Está bloqueada la carretera de lado a lado con ese cerro de piedras, le señalaba con el dedo las piedras. El líder mientras tanto seguía con la vista las piedras y se dio cuenta que formaban una línea que se perdía en el horizonte a ambos lados de la carretera.

Nunca había visto algo así, le contestó, pero no hay problema vamos a quitar las piedras para que pase nuestro coche nuevo. Rieron ambos por la ocurrencia al tiempo que comenzaban a quitar las piedras que despedían un brillo rutilante por donde uno paseara la mirada. ¡Es sal! Comentó extrañado uno de ellos sosteniendo una piedra del tamaño de un melón, el otro estaba quitando piedras sin importarle otra cosa cuando de pronto gritó y se llevó la mano al cuello. Algo me acaba de picar, me duele, me duele mucho. Gritaba mientras el otro veía cómo a su amigo le caminaba sobre la camisa un enorme alacrán negro, lo tiró al piso de un manotazo y lo pisó fuertemente para aplastarlo. Cuando levantó el pié. No había ahí ningún alacrán. Estaba azorado, sin poder creer lo que veía, pero su compañero cayó al suelo con los ojos en blanco, estaba casi inconsciente mientras murmuraba incoherencias.

Eustaquio revisaba el piso del círculo de sal cuando de pronto vio salir de entre el polvo a uno de los alacranes. Tan pronto quedó totalmente descubierto, se fue deshaciendo hasta convertirse nuevamente en un poco de sangre de gallina. Ya picó el primero, dijo Eustaquio ¡Ya van a regresar ahora lo veras! Comentó al aire. Solo nos resta mandarles la orden. Eustaquio entonces tomó la cabeza de la gallina, se la acercó a la boca y le dijo. Regresa, pronto, regresa, búscame, regresa todo lo robado. Soltó la cabeza en un bote de basura y casi eufórico tomó la gallina muerta y se llevó a la cocina, de donde regresó con una jarra de agua de limón. Van a llegar aquí con un susto de los mil demonios, le dijo a Emilio, vamos a comernos a la pobre gallina y esperaremos a ver que nos traen.

En la carretera ahora conducía el mas joven de los rateros. Su compañero, el líder, estaba tumbado sudando y murmurando… “Regresa, prono regresa, vamos a entregarle todo al viejo ese, regresa, regresa pronto”. Mejor vamos al doctor le decía el conductor. No, regresa, regresa pronto, Regresa, ¿qué no ves que si no me muero? El conductor no entendía, pero comenzó a escuchar ahora con la vos del viejo que habían robado… Regresa, búscame, regresa pronto. No podía dejar de escuchar la vos del viejo, aunque se tapara los oídos. Tenía mucho miedo. Así que fue desandando el camino rápidamente.

En casa de Eustaquio, barrieron el patio, cocinaron a la gallina, se la comieron entre todos, estaban de fiesta porque él había regresado. Su esposa Cristina le curó la descalabrada, pero ahora no se veía tan seria. Ya en la sobremesa, Eustaquio comentó: Compré una herramientas que necesitaba para el trabajo, las traen en mi coche unos pendejos pero ya las traen de regreso, ya las verán. Te traje también un buen dinero para la semana, le dijo a Cristina que sonrió sin entender mucho eso de que no estuviera el coche, lo del asalto pero que los mismos ladrones lo traerían de regreso. Gracias San Benito decía Eustaquio y se persignó.

¿Es aquí donde asaltamos al viejo? Le preguntó el conductor a su compañero, pero éste no pudo ni siquiera voltear a ver, en cambio le dijo… Búscalo hay que encontrarlo. Búscalo… Se cayó mientras temblaba. En su cabeza no dejaba de oir al viejo diciendo: “Regresa, búscame, regresa lo robado”. Bajó del auto y entró en el restaurante para preguntarle al dueño por el viejo que dejaron ayer herido en el baño. Cuando lo vio venir, Samuel tomó un pedazo de tubo y cuando lo tuvo a distancia le propinó un fuerte golpe que cayó en el antebrazo del ratero. Este gritó de dolor al tiempo que caía al suelo con el brazo adolorido. El ratero le gritaba. “No, no quiero problemas queremos devolverle todo al señor ese que ayer estaba aquí”.

¿Quieres devolverle todo? Le preguntó Samuel.

Si, es muy importante devolverle todo.

Muy bien van a dejarme a mi todo lo que le quitaron. Todo. No saben con quién se metieron par de pendejos. Le dijo Samuel mientras le dio una patada en las costillas.

El ratero sacó dinero y le dio las llaves del coche al dueño del restaurante. Luego fue al auto y sacó al otro en calidad de bulto, le sacó dinero de los bolsillos y también se lo dio a Samuel.

Es todo lo que le quitamos, se lo juro. Dijo al tiempo que besaba sus dedos en señal de la cruz. Y se fue cargando en el hombro a su compañero inconsciente buscando un médico.

Samuel reunió el dinero, revisó el auto y llamó por teléfono a Eustaquio. Este le contestó que el mismo iría por sus cosas. No tardó ni media hora en llegar, contó el dinero y sonrió. Solo faltaban doscientos pesos. No les dio tiempo de gastar mi dinero. Par de cabrones. Eustaquio intentó pagar la cuenta de la noche anterior, pero Samuel se negó muy serio diciendo: Para eso somos los amigos.

Entonces se regresó a casa a mostrarle a sus hijos y a su esposa las cosas que les llevaba.

En el consultorio del doctor cubrieron con una sábana el cuerpo de un joven al declararlo muerto. El otro decía… Ya se calló la vos ésa, ya se calló.

Momentos después llegó la policía a indagar lo ocurrido y se rieron cuando el ratero les contó que la carretera a Momoxpan estaba cerrada con piedras de sal. Pero no lo sacaron del error. Lo metieron en una celda para procesarlo. A media noche, el ratero se despertó sobresaltado al darse cuenta que comenzó a oír nuevamente la vos del viejo… “No entregaste todo lo robado.. me las vas a pagar todas juntas” El ratero gritaba que lo dejaran salir, pero los carceleros solo le aventaron una cubetada de agua fría. De entre la ropa del ratero salió lentamente un alacrán enorme que rápidamente clavó su aguijón en las costillas para después deshacerse como cenizas en el aire.

No murió ni pudo ser enjuiciado porque perdió la razón. Decía que una voz le gritaba al oído “Ratero”, una y otra vez, de día y de noche, una y otra vez.

Para Don Eustaquio aquella fue una mala noche que quedó en su memoria como solo una mala noche.

1 comentario:

  1. ¡Felicidades Juan Carlos! me gustó mucho tu blog. Leí "Una mala noche don Eustaquio" ya antes nos las habías leído en una reunión con Angela pero ya no me acordaba como concluía la historia. ¿A qué don Eustaquio! Ahora me faltan las demás. Nos vemos pronto y te felicito en persona. ¿Vale?
    Saludos, Elisa

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