sábado, 21 de noviembre de 2009

Al amparo del bosque

No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás existió.

Joaquín Sabina

El sol calentaba lentamente el ambiente filtrándose entre los árboles que bordean al pequeño lago y los insectos realizan extrañas danzas en el aire. El reflejo de ambos parece suspenderse sobre la superficie del agua, sus miradas se cruzan mientras Miguel levantaba una piedra del suelo y un segundo antes de lanzarla al lago, el tiempo pareció detenerse.
Qué bueno que regresaste. Te extrañé mucho ¿Te sientes bien, estas más tranquilo? Preguntaba Miguel a su hermano José.
Si la verdad yo te extrañé también mucho, allá en el hospital se siente uno muy solo aunque a diario iban Mamá y Papá a visitarme. Esperaba verte.
Si, los escuchaba hablar de ti y tu recuperación. ¿Qué tal si pescamos un rato y que nos cocinen los pescados que saquemos, como lo hicimos en las vacaciones pasadas? ¿Recuerdas hace un año que yo te gané?


No creo que sea buena hora para pescar, mejor pescamos mañana más temprano. Veremos quién saca la trucha más grande y el que pierda, que limpie todas las demás ¿Vale? ¡Vale! . Esa mañana Miguel y José se fueron del hombro caminando por los senderos riéndose alegremente.


Una mañana similar a esta, cuando eran pequeños entraron al estudio de su padre. Buscaron hasta encontrar la lata de dátiles. A José se le ocurrió sacarlos y llevárselos al campo, donde los comieron mientras inventaban historias de tierras desconocidas, de casas llenas de tesoros robados, de historias en tierras de lenguas atropelladas, de acento cantado mezclado de inciensos y perfume. Esa tarde castigaron a Miguel por robar los dátiles. Aunque José acompañó a su hermano junto a la ventana platicando los cuentos de las tierras lejanas. A él no lo castigaron solo a Miguel.


¿Sabes? la abuela quiere más a su gato que a cualquiera de nosotros. Le dijo Miguel a José. Era una tarde en la que estaban de visita en casa de sus abuelos.


Creo que tienes razón le contestó. ¿Y si se lo escondemos para ver cómo se pone? Le preguntó con un brillo en la mirada, con ése gesto con el que José plantea las cosas cuando ya no hay un punto de retorno, cuando sabe que Miguel ya no tiene más opción que correr y divertirse juntos con su idea.


Miguel fue tras el animal y lo encerraron en el ático, después esperaron y observaron divertidos mientras la abuela perdía el control buscando a su mascota.


¿Qué traes bajo la playera? Preguntó la abuela a Miguel cuando éste bajaba la escalera del ático.
Es tu gato abuela, lo encontré en el ático y lo bajé a tu lado, seguramente tiene hambre, tenlo, dijo Miguel mientras le daba el gato a su afligida abuela y la hubiera engañado pero atrás de ella estaba José y fue inevitable que sus miradas se cruzaran al tiempo que Miguel soltaba una sonora carcajada.

El castigo precedió al rencor y nunca más disfrutaron de la casa de los abuelos como hasta ése día. La abuela perdió confianza en Miguel en la medida que prodigaba mimos a su mascota. Miguel nunca dijo que había sido idea de José y éste lo compensó regalándole su postre a la hora de la comida. Prometieron que se portarían mejor con sus Padres para evitarse problemas… pero no lo lograron.


¿Pensaste ya que te gustaría recibir de regalo en Navidad? Le preguntó Ana, su Madre, una mañana de Diciembre. Si, yo quiero una bicicleta nueva porque José va a pedir unos patines, entonces juntos podemos salir a la calle a divertirnos, contestó Miguel


Días después estaban reunidos alrededor del árbol con sus primos, los tíos e incluso la abuela cantando en Navidad, mientras abrían uno a uno los regalos...


¡Unos patines! Gritó feliz Miguel. ¡Que bonitos! te trajeron los patines que querías. Pero te los trajeron a mi nombre, Continuó gritándole Miguel a José lleno de felicidad. Lo que no trajeron es mi Bicicleta, dijo Miguel, al tiempo que veía a sus padres y cambió su expresión, sostuvo la mirada y ésta se llenó lágrimas.


No la encontramos, le contestó su Padre, pero juega con los patines mientras podemos comprártela.


¡Siempre es lo mismo! Quieren más a José, nunca lo regañan, el me mete a mí en problemas y a mí nunca me creen, gritaba Miguel. Y cuando les pido mi regalo no me traen nada. Son unos injustos ya no los quiero. ¡Los odio!. Les grito y salió corriendo. Todos se quedaron sin palabras y cada uno fue a consolar a Miguel pero no lograron calmarlo. Su abuela le prometió comprarle una bicicleta y hasta le prometió un gato creyendo que a Miguel le gustaban.


Pasaron dos semanas hasta que pudieron encontrar la bicicleta que quería Miguel, la recibió pero nunca la estrenó, decía que se la habían regalado solo por no verlo llorar pero no por amor, ni si quiera por cariño. Estaba convencido de que no lo amaban y la bicicleta acumuló polvo esperándolo.


El problema de esa Navidad fue lo que desencadenó la primera visita con el terapeuta familiar: el Doctor Arguelles. Miguel siempre salía sintiéndose mal, mientras que José optó por ser solo un espectador y tanto su Papá como su Madre hicieron todo lo posible por amarlo más, si es que eso es posible, hasta que en medio de un ataque de tristeza, comenzaron a medicar a Miguel.

Oye José, ¡tuve un sueño!... Soñé que estábamos con los abuelos y nos llevábamos la tienda de campaña para jugar, hacíamos un día de campo y después volábamos un papalote. Le contaba Miguel a su hermano mientras volvía a quedarse dormido con un respiración intranquila, mirada ajena y una bella sonrisa. Su madre, que lo escuchaba se puso a llorar. José se retiró en silencio para no mortificarla más.

Continúa igual, - comentaba su Padre con la familia- ni yo ni Ana vemos que mejore. Me preocupa mucho... hemos pensado que debemos llevarlo a una clínica por un tiempo; el Doctor Arguelles nos dice que existen tratamientos precisos que alternados con terapia, pueden ayudar a Miguel a recuperarse mucho más rápido.


Fue unos días más tarde que Miguel fue admitido en una clínica en donde lo sedaban por las mañanas y recibía terapia por las tardes, una y otra vez hasta que a juicio de todos Miguel fue dado de alta.


La familia lo festejó con el hobbie preferido de Miguel. La pesca. Hicieron un viaje justo a su lugar preferido en medio de Michoacán, al lago de Momoxpan, incluso llevaron su Bicicleta recién limpiada y ajustada.

Recién despertaron se fueron a pescar y mientras lo hacían, José platicaba con Miguel.

¿Oye hermano y porqué estabas en la clínica esa, porqué te llevaron?

No me gusta hablar de eso y nunca jamás frene a los Papás ¿me oíste? Le contestó Miguel llorando. No quiero regresar ahí, ni quiero que me den pastillas que solo me hacen dormir todo el día. Prefiero que estemos libres pescando como hoy. ¿Está bien?

Está bien, está bien. No creí que te afectara platícarme, me da mucho gusto que estemos juntos otra vez. Dejaron las cañas apoyadas en la orilla mientras reían de cualquier ocurrencia.

De pronto Miguel fijó la mirada mas allá del sol que se filtra por las ramas, los insectos danzan bailando un vals silencioso y Miguel toma una piedra, la levanta y la tira al lago justo sobre el reflejo de su hermano. Se escucha el chapoteo y su rostros de fragmentan en la superficie. Espera unos segundos que parecen eternos hasta que la superficie vuelve a la calma...

¿Pescaste bien? Pregunta su madre cuando lo ve regresar cabisbajo a la tienda.

Si pesqué una buena trucha, quizás en la tarde tenga mejor suerte, contestó Miguel y se metió silencioso a la tienda, sintiendo el hueco del hermano que siempre creyó tener.

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