jueves, 19 de noviembre de 2009

Ángel Garcia

Era un sábado a media mañana cuando visité a mi gran amiga la “Señora Bonita”.

Ella es una mujer con quizás 60 años de edad: baja de estatura, con ojos sombreados, de color miel y mirada profunda. El mejor término para describirlos es “ojos moros”. Tiene tez blanca y una peculiar forma de ver la vida, ya que siempre ha estado envuelta en el misticismo, de conocimiento hacia las “fuerzas vitales”, como ella lo expresa. Alguna vez fue mi vecina. Ella me supera en edad por unos treinta años. Tiene cinco hijos, todos casados y mayores que yo. Es muy culta, se dedica a estudiar, a leer, toca el piano y es algo especial, con conocimientos poco comunes, es por ello que quería platicar con ella.

Llegué a su casa como a las 11:00AM y la encontré viendo sus libros, dejando correr la mirada sin verlos, era como si pasara lista entre ellos... sus compañeros de toda una vida.

Yo quería visitarla porque hacía días, en una fiesta infantil, me enteré de la peculiar historia de Ángel García y buscaba la opinión de mi amiga.

Con un buen café en las manos comenzamos a platicar del hijo de mi amigo Juan, se llama Fernando. Es un pequeñito de ojos y manos grandes, es fuerte y tiene ahora tres años, es un chiquillo tierno y brusco al mismo tiempo. En su fiesta de cumpleaños lo abracé para felicitarlo cuando mi amigo Juan le pidió que me contara de su espada, entonces al chiquillo le cambió la cara y buscó con la mirada un punto lejano y me relató:

-Iba con mis amigos viajando cuando de pronto me atacaron... me cortaron aquí en la cara y en el pecho con una espada... -me contaba el pequeñito haciendo cara de dolor, pero me confundió que me hablara de viajes y ataques un niño de apenas tres años.
¿Te atacaron unos ladrones? -le pregunté.

No... me atacaron… mis amigos, fueron mis amigos los que me hicieron daño, por eso no me pude defender...
Su mirada se notaba confundida y muy dolida, quería comenzar a llorar mientras me contaba.

-Íbamos a caballo cuando de pronto mis amigos me atacaron y me hirieron en la cara, en el ojo, con la punta de la espada y luego me la encajaron aquí. –me dijo, mientras se ponía una mano en las costillas.
-¿Pero, por qué te atacaron tus amigos?

-Es que ellos querían quedarse con mi espada, era muy bonita, querían también mi dinero. Les gustaba mi espada y me la querían quitar... pero ¡eran mis amigos! -me decía el pequeño, lleno de angustia
-¿Qué hicieron los demás que estaban contigo?

-Solo se sorprendieron, no pudieron hacer nada...
-¿Y qué pasó después?

-Caí del caballo y vi que ponían cara de asombro cuando dos de ellos me atacaban, luego estuve lejos, con mucha paz... y ahora soy Fernando...
-¿Cómo te llamabas?

-Ah... yo era Ángel García...
De pronto el pequeñito volvió a sonreír y se fue corriendo a jugar con sus amigos, se fue entre risas y gritos.

La Señora Bonita me miraba muy interesada por el relato de lo que parecían ser los recuerdos de un niño sobre su propia muerte en manos de sus compañeros de viaje, del dolor de la traición, de la envidia, de la sorpresa ante la muerte misma...

¿Sabes? -me dijo- Nunca podrás saber si el pequeño te contó un recuerdo o una fantasía, si lo que te dijo es solo un cuento o te describió su propia muerte, pero, ¿tú qué sentiste mientras el te contaba todo esto? -Me preguntó mientras analizaba mi reacción, haciéndome ver quizás lo que yo no me había percatado.

Yo sentí que el pequeño no estaba inventando. Sentí que hablaba recordando y en cierto modo reviviendo esos momentos...

-En mi punto de vista, lo que ocurre es que nacemos, cuando reencarnamos, con algunos recuerdos de la vida pasada, -me explicaba mientras endulzaba su café.- Esos recuerdos nos ayudan a sobrevivir en la nueva vida, sobre todo cuando lo último que viviste es tu propio asesinato. Los recuerdos se quedan grabados muy fuertemente, pero el bebé que nace sólo siente miedo o angustia y no puede explicar, ni mucho menos expresar lo que siente; porque simplemente no puede hacerlo, pero conforme va aprendiendo a hablar los recuerdos los comienza a ver como un sueño, como parte de una pesadilla, el alma ya no se encuentra tan convulsa y comienza a vivir en tranquilidad y a desarrollarse nuevamente.

-Mira -me explicaba de otra manera-, cuando un pequeño tiene unos tres años puede contarte algunas cosas que aún recuerda de su vida pasada y al poco tiempo se le van borrando los recuerdos y en su lugar tendrá vivencias actuales mucho más frescas y que al pequeño le hacen sentido. No te olvides que los recuerdos pasados son muchas veces angustiosos y poco entendibles, por lo que su mente trata de ponerlos en un lugar lejano, en donde no hagan daño.

-Me gustaría que usted platicara un día con el chiquillo-, le confesé.

-Por mi parte encantada los invito a platicar –me dijo con risa-, pero creo que a él no le va a parecer nada agradable venir a una casa llena de cosas tan poco atractivas, como una señora excéntrica. Lo mejor para el hijo de tu amigo es que vaya poniendo en orden su mente y sus recuerdos y cuando ésos recuerdos ya no le causen daño o temor, se irán desapareciendo... y qué bueno, porque qué difícil sería llevar a cuestas los recuerdos y angustias de esta vida y además de quien sabe cuántas más. ¿No crees?

Tenía razón. Lo mejor es dejar que las cosas ocupen su lugar con el modo en el que Dios tenga dispuesto y si cada quien puede resolver sin ayuda los problemas de ésta u otra vida, no debemos nosotros tratar de intervenir o de modificar el orden natural.

-¿Para qué se reencarna? ¿Qué caso tiene?

-Es que renacemos para poder cumplir una misión o un aprendizaje que dejamos pendiente. Creo que a veces volvemos también para ayudar a otra gente a alcanzar un objetivo que no ha podido lograr, o para que junto con los que vives superen, todos, un escalón o una prueba que les ayudará a lograr un nivel superior de existencia...- Mientras me lo decía, en sus ojos pude leer una profunda nostalgia.

Nos quedamos tomando café, escuchando música y platicando en una sobremesa llena de amistad, enseñanza y calidez que dan sus años y su muy peculiar forma de ver la vida.

Cuando me despedí de ella, me invitó a regresar la siguiente semana para platicar de vidas pasadas... -Ya te contaré de Ibis.- me dijo con un brillo especial en su mirada, al tiempo que me daba unas palmadas sobre el dorso de mi mano.- Ya te contaré de unos recuerdos de una vida que tuve...- Desde luego acepté la invitación para poder ir a su casa y pasar una nueva velada que prometía ser excelente.

Regresaré el jueves, y ahora me toca traer a mí el café. Acordé con ella y me marché expectante de nuestra siguiente charla.




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1 comentario:

  1. Hay gente que habla de vivir la ultima vida, de superar ese ultimo escalon para por fin brillar en la eternidad. Yo siento que eso ayuda a darlo todo mientras tu conciencia te permite. No dejar nada para despues. La esperanza es pasiva y el equilibrio se puede encontrar en movimiento.
    Muy buena historia!! Saludos!

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